Anamario

 

Por la ventana,

el verde

asoma

sus manos enormes.

 

Los azules,

los morados,

el rosa de los niños

y el grís para los ojos,

retroceden sin prisas.

 

Aquí se instala el verde,

infante deslumbrado del verano.

El sol le da

Un rostro para cada hora,

lo azulea la luna

y la neblina le forma

sombras, claros

e imprecisos perfiles.

 

Anamario, te veo

con estos verdes nuevos

en las manos.

 

La precisión de tus objetos

y sus colocaciones

van buscando

la armonía inusitada

que cada día inaugura.

Aquí:

Los vasos de la madrugada,

los jarrones,

la cerámica para los labios;

las flores vivas

y las secas

aún más vivas;

la permanencia de las repisas;

los objetos pequeños

construyendo

el aura de la casa.

Tus amuletos

aseguran

la complicidad con el tiempo.

Los veo: hay cardos,

vainas amarillas,

flores que han tomado

el color de las páginas

del libro;

cajitas, botellas con esencias

desconocidas

o con un vacío

colmado de presencias…

 

Estás ahí,

habitando

ese mundo

que ordenas

y te ordena

y está el verde,

Anamario,

abriendo las ventanas,

y el alma –las almas-

de la casa

saliendo a recibir

el viento nuevo.

 

 

Hugo Gutiérrez Vega

Washington, verano, 1985